Cincuenta y cinco piragüistas de Monkayak Hiberus nos
habíamos dado cita el sábado 8 de octubre a las siete de la mañana en las
instalaciones del club, cifra que se incrementaba con los acompañantes y
familiares de muchos de nosotros.
El día era fresquito pero se esperaban temperaturas
agradables, tanto en Zaragoza como en Soria. Los remolques nos esperaban en el
hangar de Vadorrey cargados con las piraguas, encaradas unas con otras para
viajar mejor, las palas y el resto del material. Los coches iban a viajar
completos hacia Soria ese sábado, último fin de semana de competiciones.
La competición de Soria (4ª Regata de San Saturio 2016)
suponía un fin y un principio en la temporada. Para algunos, la primera
competición. Para otros, el final de la temporada; temporada brillante para
muchos de los miembros del club. Entrenamientos diarios en el Ebro, aparatos,
calentamientos y técnica. Palistas expertos y veteranos, otros también expertos
aunque mucho más jóvenes y muchos recién iniciados pero ya con la emoción de la
piragua en las tripas y en el corazón.
Algunos acabamos de descubrir lo que supone deslizarse por
la superficie de ríos y pantanos y observar desde esta perspectiva la vida que
bulle tanto en el interior del agua como en las orillas; poco a poco vamos
aprendiendo a reconocer el olor del cierzo y de la humedad, a saber un poco más
acerca de la densidad del agua y del efecto que causa en la palada. Vamos
aprendiendo el vocabulario, las formas y las fases del entrenamiento y
observando y atendiendo a los que llevan en esto mucho tiempo y tienen a sus
espaldas muchas horas y muchas competiciones.
Técnica. Entrenamiento. Naturaleza y paisaje. Naturaleza y ciudad.
Puentes vistos del revés. Siluros gigantes y carpas doradas. Círculos
concéntricos como alfombrillas húmedas que preceden el viaje de los kayaks y de
las canoas por el río. Estelas que son la consecuencia de sus movimientos.
Isletas de cantos rodados. Tamarices, carrizos, chopos negros y sauces; gallinetas, ánades, gaviotas, martín pescador,
lavanderas y muchas otras aves: el descubrimiento de todo lo que habita
en el inmenso bosque de ribera.
Somos muchos. Una especie de familia extensa que sigue creciendo
día a día. Más después de los Juegos Olímpicos de Río y de los triunfos de los
palistas españoles, a lo que se une la tradición que tiene este deporte en
Zaragoza.
Partimos para Soria cada uno por donde más le gustó.
Repusimos fuerzas en Tarazona, encrucijada de caminos entre Aragón, Castilla,
Navarra y La Rioja. El Moncayo y la Ibérica nos contemplaban y nos daban la
bienvenida. El día era resplandeciente. Llegamos a Soria con un sol espléndido
y rodeados por los colores del otoño.
El Duero nos recibió brillante y festivo. Sus aguas oscuras
y frías rodeadas de álamos con hojas de miles de colores y tonalidades.
Principio de otoño, Soria y el Duero. Cómo no recordar a Machado:
"He vuelto a ver los álamos
dorados,
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San
Saturio,
tras las murallas viejas
de Soria –barbacana
hacia Aragón, en castellana
tierra-."
Trescientos piragüistas con sus embarcaciones en las recién
renovadas instalaciones del club Celtykayak en la ribera del Duero: Gritos,
saludos, camisetas de colores, pañuelos festivos, sonrisas y emoción por el
reencuentro. Muchas regatas este año y muchos amigos que se volvían a
encontrar.
Las instalaciones del club de Soria Celtykayak están recién
terminadas. Una pradera con columpios, mesas de picnic y mucha animación
recibía a los participantes en la 4ª Regata San Saturio 2016.
Descargamos con rapidez ya que el tiempo se nos echaba
encima. Descargar, identificar el material y llevarlo al río. Últimas
instrucciones del recorrido y rápidamente al agua. A las frías y oscuras aguas
del Duero.
La regata partía de San Saturio y había que remontar el río
unos 300 m para colocarse en la línea de salida. De San Saturio a la isla de
Santa Cristina, dos veces, y luego entrar en meta. San Saturio, ermita barroca
del XVIII e imponente desde su roca, observaba nuestros movimientos desde las
alturas. Sobria. Oscura. Silenciosa.
El agua estaba helada y limpia. El fondo se veía muy cerca.
Las palas, al contacto con el agua, notaban su densidad y les costaba
deslizarse. Desde el embarcadero hasta San Saturio subida de prueba. Una vez
allí, esperamos la orden de salida. Cada
uno a su tiempo. Cada uno con su categoría. Cada uno con su entreno y con su
esfuerzo. Cada uno con sus problemas y con sus soluciones.
El agua mansa se cargó de olas y de movimiento cuando empezó
la carrera. Recuerdo el esfuerzo para mantener el equilibrio y no caer. El
esfuerzo por mantener la piragua estable cuando los que bajaban se encontraban
con los que subían. El ímpetu de meter la pala con más fuerza para ganar un
poco de espacio. Los gritos de ánimo de nuestros compañeros del club desde la
orilla. El ansia de no caer, de no volcar en aquellas
orillas complicadas por la densa vegetación. Recuerdo las ganas de coger a una
veterana con camiseta color rosa fucsia que llevé delante toda la carrera. No
conseguí adelantarla, pero sí rascar un poquito de distancia. Y logré llegar. Y
no volcar. Emocionada.
Fue mi primera carrera.
No podía haber sido en mejor lugar que en el Duero de Machado, a
principio de otoño, con San Saturio mirándome desde lo alto. Terminé. Hice
amigos. Marcaron el recorrido un brillante sol, el agua helada y negra y las
hojas amarillas. Y la sonrisa de mis compañeros.
Genial. Gracias a todos. Espero repetir el año que viene.
Con todos vosotros.
Autora: Elena Parra
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